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qué difícil hablar de uno mismo...que difícil no repetir frases trilladas...en fin...haré lo que pueda...simplemente soy yo, alguien común, con vueltas como todo el mundo, llena de dudas, de miedos, con alegrías varias y a veces muy ansiosa...

miércoles, 8 de junio de 2011

LA ESPERA




                                                            La Espera                                                      


Olaya colocó las flores sobre la mesada de mármol, abrió las ventanas y sacudió el mantel a cuadros azules. Miró de reojo el reloj colgado de la pared verde de madera y se tranquilizó al saber que el mediodía aún no pisaba la entrada del recinto, ya que a  las doce exactas, cubriría de amarillo la puerta de atrás que llevaba al jardincito .

Esperaba ansiosa la llegada de Juan Fioralogo, el abogado de su abuelo que llevaba ciertos negocios familiares adelante y que solía pasar a tomar un aperitivo con el Nono. Siempre tenía el bigote engominado y la camisa blanca de piqué impecablemente bien planchada, un pañuelo haciendo juego con la corbata de seda italiana y los zapatos tan relucientes que reflejaban sus ojos de muchacha feliz al recibirlo y tomar su paraguas o sombrero. Olaya, era quizás la nieta más bella y tímida de Don Marcos Perone.

Aquella mañana no dudó en preparar su mejor vestido de entrecasa, alisar las cintas de su cabello y peinar los bucles que bañaban su espalda quinceañera. Perfumó sus muñecas y su cuello con gotas de “Eau toilette Rosé” y le sacó brillo a la cadena de plata heredada de la bisabuela Cora, en donde un camafeo traído exclusivamente de un mercado inglés, pendía impertinente entre sus pechos acaramelados. Sus hermanas, ya casadas, visitarían la casa a la hora del té, y su padre, don Rogelio, volvería a las seis para sumarse a la merienda familiar.

El Nono parecía ajeno a todos estos preparativos privados, dormitaba en su sillón verde con el diario a medio mirar mientras la cocinera iba y venía acomodando las verduras traídas del mercado de la plaza y preparaba el cuchillo para desplumar un par de perdices del gallinero del patio.


Se le escapaba  el corazón por la boca  de solo imaginar la sonrisa de Juan, y saber que aquella mañana, por unos minutos, sus ojos se cruzarían y ella agradecería su sonrisa perfecta y su mirada de cielo que parecía desnudarla cada vez que la descubría.

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