No existía más presagio que aquella mirada eterna que le dirigió al aproximarse a la puerta. Todavía sentía el aliento rosado perdido en los pliegues de su cerebro cuando se acercó a extenderle la mano.
Había aprendido que no hay nada que detenga al destino, inescrutable, avasallante, y que podría haber tendido las camas de otra manera, abrir un sobre por el otro extremo, transitar nuevas calles o cambiar de peinado pero los acontecimientos se aproximarían haciendo fila y peinándose a la gomina.
Tuvo la certeza del frío que atravesó sus manos y le puse la piel de gallina. Supo, aturdido, que quizás hoy, el Destino había encontrado la dirección de su vida...
Había aprendido que no hay nada que detenga al destino, inescrutable, avasallante, y que podría haber tendido las camas de otra manera, abrir un sobre por el otro extremo, transitar nuevas calles o cambiar de peinado pero los acontecimientos se aproximarían haciendo fila y peinándose a la gomina.
Tuvo la certeza del frío que atravesó sus manos y le puse la piel de gallina. Supo, aturdido, que quizás hoy, el Destino había encontrado la dirección de su vida...
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